La madre de todos los mafiosos
Para cuando Scarface: el terror del hampa vio la luz, Al Capone llevaba ya un buen tiempo entre rejas. A pesar de la decadencia de alguno de los mafiosos más importantes de la historia, el cine de gángsters seguía estando en alza, aunque la película de Howard Hawks, como algunas otras, sufrió un severo retraso debido, principalmente, a dos factores. Por una parte, el establecimiento del Código Hays (se aplicaría desde 1934), unas reglas de autocensura escritas por William H. Hays, uno de los líderes del Partido Republicano de la época, quien había señalado lo indeseable que resultaba darle tanta importancia al gángster. Por otra, la llegada a la jefatura del FBI de J. Edgar Hoover, que en 1931 había condenado a todas aquellas películas que glorificaban más a los delincuentes que a la policía.
De esta manera, Scarface vivió todo un proceso de enfrentamientos entre las autoridades y los productores -con Howard Hawks y Howard Hughes en este caso- que derivaron en varios cortes de la cinta, unos cuantos finales distintos, un subtítulo -La vergüenza de una nación- y el intento inútil de que quedara impreso en la película un tono ejemplarizante.
Howard Hawks venía de dirigir un buen puñado de películas, entre ellas El código criminal (The criminal code, 1931), un drama carcelario con todas las máximas del cine negro, y no dudaría en unirse a Howard Hughes para dar forma a Scarface, que terminaría por convertirse en una de las películas cumbre del cine de gángsters y del noir. Para el papel principal se optó por Paul Muni, que venía de una nominación al Oscar por El valiente, y se le rodeó de unos secundarios de altura como Boris Karloff, que ya había dado vida a Frankenstein, o George Raft, que se asentaría en los papeles de gángster. Como femme fatale se escogió la figura de Ann Dvorak, profesora de baile de la MGM y amiga de Joan Crawford quien le presentó a Howard Hughes, el hombre que la preparó como actriz dramática y apostó por lanzar su carrera.
Inspirada en la figura de Al Capone (la cinta describe algunos momentos de su vida como el asesinato de Jim Colosimo o la matanza del día de San Valentín), Scarface se centra en la figura de Tony Camonte (Paul Muni), un pistolero de origen italiano como aquel Cesare "Rico" de Hampa Dorada. Camonte, con una cicatriz que le cruza el rostro, de ahí el apelativo de Caracortada (scarface), es un tipo sin escrúpulos que trabaja para Johnny Lovo (Osgood Perkins), uno de los gángsters más poderosos de Chicago.
La película de Hawks continúa con las bases narrativas que habían asentado otros títulos del género. El ascenso, éxito y caída de un gángster, un desarrollo que llamaba lo suficiente la atención desde su simplismo como para explotarlo convenientemente.
Así, desde ese premonitorio luminoso que reza "El mundo es tuyo", Tony Camonte prepara minuciosamente su ascenso al poder eliminando uno a uno a los enemigos de su jefe hasta que con la ayuda de su amigo Gino Rinaldo (George Raft) termina arrebatándole el control de la ciudad.
En esa escalada de violencia, los cadáveres que Camonte irá dejando por el camino están prácticamente marcados por un oscuro azar. La utilización de un trabajado simbolismo que sirve como presagio de las muertes lo vemos en el uso de las cruces (señal de la muerte) y la X (signo de eliminación), en un curioso juego visual del que también se serviría Martin Scorsese para Infiltrados (The departed, 2006).
En su frenético ascenso al poder, la suerte de Tony Camonte está echada y conocemos su fatal destino desde el comienzo, lo que no impide para disfrutar de uno de los títulos de referencia del cine negro. La cinta de Hawks contaría con un ochentero remake con el inconfundible sello de Brian De Palma, con guión de Oliver Stone. Siguiendo los códigos del género, el Scarface de 1983 era un renovado viaje al ascenso y caída de un soberbio y codicioso gángster interpretado por Al Pacino, Tony Montana para la ocasión.
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