martes, 1 de marzo de 2016

Goodnight Mommy (Severin Fiala y Veronika Franz, 2014)


Añorar a Haneke


Todo huele a Michael Haneke en Goodnight Mommy pero sin ser Michael Haneke, por mucho que durante los 100 minutos de película venga a nuestra cabeza una y otra vez aquella magistral Funny Games
La película de los debutantes Severin Fiala y Veronika Franz no cuenta nada nuevo. Su asunto central lo hemos visto en incontables ocasiones -no faltará quien se agarre a El Otro (Robert Mulligan, 1972)-, aunque juega a intentar darle una vuelta y a vestirlo de un minimalismo que se apoya en una excelente fotografía.  
Dentro de ese contexto minimalista, representado por el maizal y una bonita casa de diseño en mitad de la nada, Fiala y Franz apostarán por el mal rollo y la atmósfera enfermiza para exponer otra historia sobre la violencia, con la salvedad de que si en la Funny Games de Haneke venía del exterior, en esta ocasión está representada por un hijo y su mente perturbada, consecuencia del estrés postraumático.

Lukas y Elías se nos presentan como dos críos gemelos dejados de la mano de Dios en un paisaje idílico donde juegan y pasan el verano. Enseguida comprendemos que algo no va bien. Los dos niños esperan el regreso de su madre, que ha estado fuera sometiéndose a una complicada operación facial. Cuando ella vuelve, con la cara totalmente vendada, está fría y distante, por lo que el cambio hará sentir a los gemelos que no es la misma y que alguien ha suplantado a su madre verdadera. 
Esa simple historia sirve para recrear una atmósfera de cuento macabro que se desarrolla lentamente en su primer acto para dar lugar a una segunda parte mucho más activa. Pero dentro de ese planteamiento, los autores fallan a la hora de hacer tan evidente lo que puede generar algo de incertidumbre. Y sí su idea es precisamente esa, evidenciar el enigma de tal manera que tan solo unos pocos caigan en la duda, el error sigue siendo el mismo, puesto que todo el conjunto se tambalea, se pierde fuerza a la hora de soltar el drama y el giro final se vuelve demasiado previsible. Y eso que Fiala y Franz se dedican a soltar un par de metáforas para que alguien pueda caer en el equívoco de que en la cinta están todos mal de la cabeza.

Eso sí, dentro de sus virtudes técnicas, Goodnight Mommy se ha esmerado en exponer la violencia humana más cotidiana, en mostrar algunas imágenes un tanto perturbadoras y en bucear dentro de la psicología de un niño bastante tocado. Así, con alguna escena como la de los dos tipos de la Cruz Roja -que puede recordar a  À L'intérieur (Alexandre Bustillo y Julien Maury, 2007)-, la muestra de la soledad, la incertidumbre y los juegos infantiles, se ha preparado al espectador para un tramo final que es lo mejor de todo, aunque se ha puesto tanto empeño en la primera parte que sabe a poco. La maldad infantil en estado puro en la parte más sádica de la película. Un cierre muy a lo torture porn que hace que olvidemos -al menos durante unos momentos- una línea argumental bastante sosa en la que han intentado meternos en una fantasía que no funciona porque no se han dejado la piel para intentar engañarnos. Sí. De esas veces que prefieres que te tomen el pelo.    
 

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