jueves, 25 de febrero de 2016

El Renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015)


Espectáculo sin alma


A una obra del calibre de El renacido no se le puede negar su poderío cinematográfico. Lo que ocurre en la nueva película del director mexicano Alejandro González Iñárritu es que, más allá de la impactante belleza de sus imágenes o del atractivo que pueda suponer ver sometido a un calvario a su principal estrella, no hay nada más. Todo es tan frío y tan insípido como los nevados paisajes en los que se desarrolla la acción.

Basada en la historia real del explorador Hugh Glass, El renacido pasa por reformular los códigos del western para exponer una historia épica de aventuras en medio de un paisaje desolador en el que la supervivencia y, sobre todo, la venganza, son dos de las motivaciones que mueven a su personaje principal. La excusa perfecta para que Iñárritu vuelva a regodearse en mostrar el lado más negro del alma humana. Pero, personalmente, a la media hora me he ido completamente de la película, por lo que el viaje hacia la calma de los instintos más primarios de DiCaprio se me hace tedioso y no alcanzo a empatizar ni con los personajes ni con sus aspiraciones. Y hablamos de una película de más de 150 minutos. 
Entiendo que Iñárritu pretende despojar a la película y a sus personajes del aura más emocional que envuelve a la inmensa mayoría de los grandes títulos de la cartelera para volverla más cruda, visceral y real. Pero al contrario de lo que ocurre en otras odiseas de supervivencia -y se me ocurre, por ejemplo, Apocalypto- al dejarla tan desnuda, ni la aventura ni el via crucis de Hugh Glass logran estremecerme. 

Visualmente, El renacido es un viaje hipnótico a través de unos maravillosos paisajes donde prima otro gran trabajo de Emmanuel Luzbeki. Son innegables también las virtudes de Iñárritu en el trabajo de cámara. La película se abre con una escena brutal de un ataque a los tramperos, comparada mil veces con aquel Desembarco de Normandía de Salvar al soldado Ryan, y es particularmente sobresaliente el momento del ataque del oso a Hugh Glass. Eso sí, el mexicano se recrea en exceso, alardeando del plano secuencia que ha convertido ya casi en una marca de autoría. Lo que en Birdman era un recurso utilizado como opción para exponer su historia, aquí se convierte en una técnica plomiza y monótona que corta el ritmo y hace más pesado su ya de por si excesivo metraje. 
Entre todo este festival de bellísimas imágenes, Iñárritu se deja llevar para recordar al Terrence Malick más poético, regresando una y mil veces a los pasajes oníricos, al simbolismo y a la metáfora visual. Que sea una cuestión de ego o una necesidad de sentirse grandilocuente me da exactamente igual. Me importa mucho más no sacar nada en claro o mínimamente relevante entre todo ese supuesto lirismo.     

Situado en este viaje por inhóspitos parajes se encuentra un excelso Leonardo DiCaprio, empeñado en recoger un Oscar, metido en un papel supeditado a cuatro líneas de guión y a lo físico, lo que no quita para que sea una de las grandes bazas de la función y se alaben sus innumerables virtudes como actor en plena cumbre de su madurez artística. DiCaprio encuentra la réplica perfecta en Tom Hardy como el traidor de Fitzgerald, un recolector de pieles necesitado de dinero con pocos reparos y un acento paleto.

No dudo de la relevancia de una obra de un autor que se ha situado en lo más alto, como tampoco dudo de los sentimientos que pueda provocar la película según la opinión que se tenga del cineasta. Que se hable bien o mal de ti, lo importante es que se hable, que diría aquel. Se hace casi necesario sentarse a ver uno de los grandes títulos del año. Una de esas películas que se convierten automáticamente en una obra maestra o en una tomadura de pelo. Es difícil sacar a relucir los defectos de una película que se mueve tan tranquilamente cerca de la maestría visual, una larga epopeya de un cineasta que parece empeñado en encontrar la excelencia título tras título. Lo que pasa es que a pesar del tour de force de DiCaprio, los pocos escrúpulos de Hardy y un buen puñado de imágenes narcóticas sigo presenciando un espectáculo vacío. Y si no soy capaz de sentir la venganza de Glass como mía, un par de montañas no van a arreglar ese paso en falso.

0 comentarios:

Publicar un comentario