Esta muerta está muy viva
Comentaba no hace mucho el talento que encontramos en el cine español más allá de los convencionalismos nuestros de cada día. Y por convencionalismos me refiero a comedietas de tres al cuarto, dramas sociales y toneladas de Guerra Civil. El cadáver de Anna Fritz es otra buena muestra de ello. Un thriller de suspense que, además de poner en solfa el talento de su autor, hace frente de manera notable a un reducido metraje fruto de su limitado presupuesto.
Contaba su director en una entrevista previa a su estreno en el Festival de Sitges que El cadáver de Anna Fritz está basada en una historia real que leyó en el periódico. Hèctor Hernández, ex guionista de Los Lunnis, ha paseado con muy buena aceptación su ópera prima por un buen puñado de festivales y se ha encontrado incluso con que El cadáver de Anna Fritz se ha convertido en un fenómeno de masas en Filipinas, donde se calcula que más de 6 millones de personas han visto ya, de forma ilegal, la película. Y eso a pesar de que el debut de Hernández parte de la premisa de la necrofilia, una de las filias sexuales codificada como tabú que el código penal español castiga con penas de tres a cinco meses de prisión. Este truculento mcguffin al más puro estilo Hitchcock es el que pone en marcha un mecanismo cinematográfico bastante efectivo con una recta final apabullante.
La premisa de la violación del cadáver de la joven es la excusa perfecta para mostrar al ser humano en su faceta más horrenda y monstruosa. Aún tomándose algunas licencias y dejando lo fundamental en el aire, el director expone de manera notable la transformación del hombre a su vertiente más instintiva en una situación límite, algo que no es novedoso pero que contado con ritmo siempre llama la atención. Debido al reducido presupuesto y a su corta duración, Hèctor Hernández tiene que precipitar los hechos por lo que se vale de una voz en off inicial para presentar al personaje de Anna Fritz y de un par de pinceladas para presentarnos a los tres jóvenes. Después hará un buen ejercicio de virtuosismo para defenderse en un solo espacio como es la morgue del hospital, donde tomará mucha importancia el juego de cámara y la música, solventando el desafío dando todo el protagonismo al poder de la imagen.
La premisa de la violación del cadáver de la joven es la excusa perfecta para mostrar al ser humano en su faceta más horrenda y monstruosa. Aún tomándose algunas licencias y dejando lo fundamental en el aire, el director expone de manera notable la transformación del hombre a su vertiente más instintiva en una situación límite, algo que no es novedoso pero que contado con ritmo siempre llama la atención. Debido al reducido presupuesto y a su corta duración, Hèctor Hernández tiene que precipitar los hechos por lo que se vale de una voz en off inicial para presentar al personaje de Anna Fritz y de un par de pinceladas para presentarnos a los tres jóvenes. Después hará un buen ejercicio de virtuosismo para defenderse en un solo espacio como es la morgue del hospital, donde tomará mucha importancia el juego de cámara y la música, solventando el desafío dando todo el protagonismo al poder de la imagen.
Dentro de su potente punto de partida y en el desarrollo de su propuesta, se echa en falta algo más de mano con los personajes masculinos, revestidos de un buen puñado de topicazos y que van volviéndose algo insoportables. Afortunadamente por ahí anda la muerta (y no tan muerta) Anna Fritz. La genial Alba Rivas, que va de la angustiada joven víctima de una situación sin salida a la Uma Thurman de aquel primer Kill Bill, se exhibe de principio a fin en un papel nada sencillo y termina siendo una de las grandes bazas de esta pequeña y recomendable joya.
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