martes, 26 de abril de 2016

El hombre sin pasado (Lee Jeong-beom, 2010)


La venganza es un plato que se sirve con ritmo frenético


Hay algo en el cine oriental, o al menos en cierta parte, que atrapa. Está rodeado de un magnetismo tan especial que hace que algunos de sus títulos sean pequeñas joyas sin revolucionar absolutamente nada. El hombre sin pasado es una de esas pequeñas joyas. Una historia que ya hemos visto mil veces pero contada desde una óptica en la que prima el cuidado de la estética, la sensibilidad y, sobre todo, la espectacularidad en el tratamiento de las escenas de acción.
El director Lee Jeong-beom convierte a la estrella coreana Won Bin (Mother) en un misterioso héroe que transita entre el Clint Eastwood más hermético, los justicieros más famosos del cine hollywoodiense y el sentimentalismo de Jean Reno en la recomendable El profesional (León). Y lo hace en un vertiginoso thriller de acción con una marcada carga dramática que en ocasiones se deja llevar por los mejores momentos de John woo y que vuelve su mirada sobre el recurrente tema de la venganza. 
Sin alcanzar la excelencia de películas como Old Boy (2003) o I saw the devil (2010), El hombre sin pasado se convirtió en la cinta más taquillera del país -superando los 6 millones de espectadores- y cosechó un total de 28 premios. Ahí es nada.

Todo comienza con la desaparición de una bolsa llena de heroína. A partir de ahí, Jeong-beom nos pone en escena al protagonista principal. Cha Tae-Sik (Won Bin) es un misterioso y solitario hombre que regenta una casa de empeños. Su única conexión con el mundo es Jeong So-mi (Sae-ron Kim), la niña que vive en la casa de al lado. Entre ambos surge una especial relación de amistad y cariño paterno filial que se ve truncada cuando la madre de la niña le vende la bolsa de heroína a Tae-Sik y ésta es reclamada por una banda mafiosa. So-mi y su madre son secuestradas y Tae-Sik es manipulado por los gángsters y buscado por la policía. Decidido a encontrar a la pequeña, Tae-Sik comenzará una violenta búsqueda hasta dar con ella.

Sae-ron Kim da vida a la pequeña So-mi, la única conexión con el mundo real del misterioso Tae-Sik y que será víctima de los errores y pecados de su madre drogadicta.


Una de las características de El hombre sin pasado es su gusto por los detalles, lo que en ocasiones lleva a remarcar la carga dramática que contiene con respecto a la relación entre Tae-Sik y So-mi. Aunque a mi, personalmente, una de sus bazas principales me parece su impecable sentido del ritmo. Dentro de una narrativa muy occidentalizada centrada en el género de la acción pura y dura, Lee Jeong-beom hace que su película sea una verdadera montaña rusa en la que no paran de ocurrir cosas. Es cierto que se regodea en ciertos pasajes y hay escenas que se dilatan en exceso, pero no se le puede negar un ritmo frenético donde esas escenas tan lentas marcan una pequeña pausa para respirar y llegan cargadas del lirismo necesario para hacer diferente al producto.

Tampoco hay nada que reprocharle a su factura técnica y a su elenco. Rodada en un precioso digital tiene muchas connotaciones fotográficas del cine americano y, en concreto, ciertas similitudes con el cine de Michael Mann. En el mundo turbio que retrata, donde hay mafiosos sin escrúpulos, drogas, tráfico de órganos y hormigas -muchas hormigas- los personajes se mueven como peces en el agua, especialmente Won Bin, cuyo papel le viene que ni pintado, pero también la pequeña Sae-ron Kim y todos y cada uno de los malos malísimos y de los agentes de policía. Cada personaje, por pequeño e insignificante que sea, tiene su momento de gloria.

Por supuesto, el desarrollo de la acción es impecable. Coreografías de peleas casi imposible, tiroteos, saltos y luchas con cuchillos ante las que es imposible no rendirse. Con el eje central de la trama rondando sobre la venganza -pero también sobre la pérdida, las oportunidades que nos da el presente o la soledad- no es de extrañar que la película se diriga inexorablemente hacia un final de escándalo. Cuando todo estalla en mil pedazos, la violencia se hace más visible y su máximo exponente es esa recta final de 30 minutos que es puro y duro espectáculo. Un lujo visual para el género de acción que hará las delicias tanto de los que son aficionados a los mamporros como de aquellos a los que no les hacen demasiada gracia. 

Dentro de su carácter exagerado y su ritmo hiperbólico y frenético, El hombre sin pasado es una película altamente recomendable. Su atractivo reside en aplicar la narrativa al servicio de la acción y el espectáculo, dándole otra vuelta a una historia que ya hemos visto, pero vistiéndola elegantemente. Un ejemplo de buen cine.

Ah, por cierto. Se recomienda verla en VOS. En la versión doblada hay momentos que dan ganas de saltar por el balcón.   
 

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