sábado, 5 de marzo de 2016

The House on Pine Street (Aaron y Austin Keeling, 2015)


Casas encantadas de bajo presupuesto


Uno de los problemas a los que se enfrenta el subgénero de casas encantadas es que a estas alturas de la vida tiene que saber muy bien cómo nos va a contar algo que ya hemos visto cerca de un millón de veces. El tema está tan trillado que, desde luego, no es una cuestión sencilla mantener al espectador pegado al asiento y provocarle algún que otro sobresalto soltándole otra historia sobre una mudanza a una casa donde las puertas de los armarios se abren solas y donde cuando uno está solo en el salón echándose un café escucha pasos en el piso de arriba. Dar el susto es algo relativamente fácil. Coloca convenientemente los elementos necesarios para dar un vuelco al estómago y sube el volumen de la música. Provocar la tensión y mantener al espectador bajo una amenaza constante ya es algo más difícil. 

The House on Pine Street no inventa la pólvora y tampoco le hace falta. Se sirve de una manida historia de una mudanza forzosa de la confortable Chicago a la Kansas de la infancia para poner a su protagonista, Jennifer (una más que convincente Emily Goss), a los pies de la locura. A partir del momento en el que entra en su nueva casa, asistimos al desfile de golpes, puertas que se abren y cierran solas, pasos, objetos que se mueven y sombras varias que lo mismo les da aparecer de día que de noche. Nada que no hayamos visto antes.
Por ello, y en base a su reducido presupuesto, Aaron y Austin Keeling despojan a su película de artificios rimbonbantes, consiguiendo una notable factura técnica, y optan por el enfoque más cercano a cintas de otras décadas que a las superproducciones hiper cargadas (y cargantes) más actuales, siguiendo los pasos de algunas de las figuras que están apostando por la renovación del género a través de la vuelta a sus orígenes.

Se nota que hay un cuidado por el detalle en cada escena y también cierto juego referencial de los autores. Jennifer está embarazada y visiblemente desequilibrada, por lo que el progresivo descenso a la locura no hace sino evocar a aquella enfermiza La Semilla del Diablo (Roman Polanski, 1968) o incluso a la más reciente Babadook (Jennifer Kent, 2014), mientras que su juego teatral de luces y sombras y el dentro y fuera de campo evoca al James Wan de Insidious (2010) y The Conjuring (2013).
Mientras se dedica a desgranar tópicos y clichés del género con un buen pulso narrativo, The House on Pine Street funciona como un divertimento por encima de la media aunque apunte a cotas más altas. Su excesiva duración es un punto en contra y aunque no decaiga el ritmo la lleva a volverse demasiado repetitiva y a meterse en un círculo del que parece no saber salir, como si fuese incapaz de saber cómo acabar. Cuando finalmente lo hace, en esa manía de ofrecer un giro que impresione, su resolución se vuelve demasiado artificial y forzada, poco novedosa y, peor aún, nada convincente.      

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